Thursday, April 13, 2006

Lugares
Cuando vivía en lo de mi mamá, teníamos una mesa redonda y toda la vida, desde que era una niña, nos sentamos en los mismos lugares. Yo, entre mi mamá y Martín y siguiendo como las agujas del reloj Florencia, Vidu, mi papá y Nacho. Si venía alguna visita, los lugares inamovibles por supuesto eran los de mi padres. Así que más de una vez me chingaron el lugar y, según recuerdo, me fastidiaba tener que comer en otra posición de la mesa y mirando todo desde otra perspectiva.
Durante las vacaciones, en cada casa que alquilabamos, también marcaba territorrio y el sitio en que me sentaba el 1 de enero iba a ser mío hasta el 28 de febrero.
Esa mesa redonda de la casa de mi mama la heredé y ahora siempre me siento en el lugar que queda más cerca de la cocina. Valentina se sienta entre nosotros dos.
Toda esta introducción de las mesas y de mi comportamiento con respecto a ellas, que tiende a la permanencia y a la rutina, tiene como finalidad hablar en realidad de mi comportamiento con respecto a mi cama. Desde que vivo con mi marido (y tal vez hay algún terapeuta ahí que quiera analizarlo) ninguno tiene un lado comprado de la cama. A veces yo duermo en la izquierda y el en la derecha y viceversa. Más bien, los dos nos peleamos por un lado -el derecho- y el que llega primero lo ocupa. Es obvio que éste tiene más ventajas (está al lado de la ventana, hay una mesita de luz con velador, y la tele se ve mejor desde ahí). El izquierdo, en tanto, está al lado de un placard y no tiene nada. La solución tal vez sería comprar otra mesa de luz y hacer los lados más simétricos, pero a esta altura ¿cada uno no tendría que tener su lugar? Quiero decir, en sus 30 años de matrimonio mi papá durmió siempre del lado derecho y mi mamá del izquierdo, igual los abuelos de mi marido en sus 60 años de noches compartidas. Todo este asunto de la indefinición de los lados de la cama, ¿querrá decir algo sobre nuestro matrimonio??
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Wednesday, April 12, 2006

Jade
El domingo me despertó el teléfono a las 9. Era él desde Lima avisándome que llegaba en el vuelo de Lan Perú al mediodía. Yo estaba enojada -muy- porque no me llamaba desde el miércoles. Se lo hice saber respondiéndole con monosilabos cortantes: "ah", "si" "ok". Volví a la cama y por unos segundos pensé en dejarlo plantado en el aeropuerto, pero enseguida llamé a Ezeiza para confirmar la hora de arribo. Me di una ducha lenta, me puse la pollera y la musculosa negra y elegí un único detalle de color: el corpiño de encaje rojo asomando bajo la remera. Un poco de rimmel, brillo en los labios y ya. El pelo lo dejé suelto. Salí temprano porque quería cargar nafta y lavar el auto para que estuviera un poco más presentable. La noche anterior lo había chocado en el garage y me daba bronca darle un motivo para que él se pudiera enojar conmigo. Yo era la que estaba enojada. Dejé a Renata en lo de mi mamá y al final no lavé nada el auto porque había mucho tiempo de espera. Me fui por la autopista, tranquila. Llegué a ezeiza a la 1 y 20. Puntual, pero el vuelo venía con media hora de retraso. Decidí ir a comer algo, no tanto porque tuviera hambre sino para hacer más corta la espera. Una porción de tarta por 10 pesos. Insulsa y carísima tarta. Cuando me faltaba poco para terminar, descubro un pelo enrollado en la masa. Asco. Pero también un poco de regocijo porque no iba a tener que pagar esa horrible tarta. Me quejé, me ofrecieron otra cosa, no acepté, pagué la coca y me fui. Abajo me compré unos caramelos de menta, miré en la pantalla si el avión ya había aterrizado (sí, lo había hecho) y elegí un banco a esperar. Quería ser yo la que lo viera primero. Cuando apareció, con su jean nuevo y la mochila de mi hermano, lo vi buscarme entre la gente y me acerqué. Me reí, me abrazó y así de rápido, sin decirnos nada, el enojo desapareció. Me aspiró el cuello, la cara y el pelo ("tu olor") haciendo ruido con la nariz, tiene esa costumbre. Me extrañaste?, preguntó. Siiiiiii. Mucho. Le conté lo del auto y se lo tomó bien, estaba de buen humor. Lo llevamos a lavar a la estación de servicio que está en el aeropuerto y nos quedamos tomando una coca y una cindor en el 24 horas. Besos, miradas fijas, abrazos, manos por debajo de la pollera. Reconocimiento. Me contó de México, de cómo se le puso la piel de gallina cuando visitó la pirámide del sol y de la lágrima que se le cayó en el templo mayor. Del hotel, del quilombo para conseguir un teléfono, de que casi se queda abajo del avión, de los 42 dólares de multa. "Te traje un regalo. Lo estuve buscando mucho, no sé si te va a gustar", se atajó. De una bolsita sacó un collar de piedras verdes. "Adivina de qué son?". Lo pensé tres segundos, se me cruzó amatista (no sé nada de piedras) pero después la luz, claro. "De jade", respondí.
....
Volvemos a lo de mi mamá y ella, que cursa estudios orientales, me cuenta que el jade es una piedra muy importante para los chinos y enumera sus cinco propiedades: no se quiebra, no se astilla, no tiene manchas, es transparente y es pura en su interior.
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Monday, April 03, 2006

Lo bueno de estar sola (sin él) en casa
-no pensar en la comida. Nos arreglamos con una coca, un poco de arroz hervido y una lata de atún
-alquilar películas tontas como "Plan de vuelo" o "La joya de la familia" sin que nadie nos diga: "Que porquería trajiste?"
-Salir con mis amigas, más de lo habitual
-Tener toda la cama para mí. Idem la computadora, el auto y la tele.
-Hablar por teléfono con él y extraniarlo, como hace mucho no me pasaba

Lo malo de estar sola (sin él) en casa
-levantarme tempranísimo (a las 7) para llevar a mi hija al colegio
-ver "Duro de domar" sola y no escucharlo reirse con los chistes del gato de Verdaguer
-no love, no sex
-nuestras charlas (muchas veces peleas) en la cama
-dormirme y no poder antes refregar mis pies contra los suyos abajo de las sábanas o apoyar mi cabeza en su hombro
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