Del culo del mundo al mundo
La doctora me había dicho el día anterior después del tacto "está en el culo del mundo, el cuello está cerrado, tenes cero dilatación". Aunque hacía un mes tenía contracciones regularmente, ese martes los dolores eran de alguna manera más fuertes, más intensos. Un calambre a cada lado de la cintura, sobre la espalda, me obligaba a dejar lo que fuera que estaba haciendo y respirar tranquila para atenuar el dolor. A la noche, mientras preparaba unos bifes a la criolla, entre papa y papa que pelaba me sentaba en el sillón (parada me doblaba del dolor) y le pedía a Rodrigo que me hiciera unos masajes. Dejé la cena por la mitad y me fui a acostar sin cenar. Cada diez minutos los calambres volvían y yo lloraba y me masajeaba la cintura. Me tomé algun analgésico, lo vomité, perdí el tapón mucoso, sangré. A las 2 de la maniana decidí llamar a Mónica, la partera, que medio dormida me indicó que hacer: "Ponete el supositorio, tomate una buscapina y sentate en un banquito de plastico en la ducha con el agua pegandote en la espalda. Después acostate y contá cada cuanto vienen las contracciones". Lo hice, sola en el medio de la noche, rogandole a Dios que saliera todo bien y pidiendo que Renata naciera pronto (ya sabía que pesaba cuatro kilos y podía ser un parto difícil). Me acosté en la cama y entre las cuatro y las cinco conté las contracciones. Primero lo hice mentalmente pero entre una y otra me dormía y me olvidaba de a qué hora había sido la última. Decidí agarrar lápiz y papel: 4, 4:05, 4:10, 4:15....Sí, efectivamente eran regulares. En ese momento tenía mas ganas de dormir que dolor. Llamé de nuevo a Mónica y quedamos en encontrarnos a las 7 en la clínica (ella pensaba que estaba exagerando un poco y que todo se trataba de una falsa alarma, mi doctora le había dicho que el día anterior Renata estaba en el culo del mundo). Entre las 5 y las 6 caminé, caminé y caminé por el living. Como una endemoniada, me sentía con una energía increible, podría haber escalado una montania en ese momento. Cuando el dolor venía me agarraba del marmol de la estufa y me ponía en cuclillas hasta que éste se atenuaba y de vuelta a caminar. Llamé a mi mamá para que viniera a cuidar a Valentina y desperté a Rodrigo. Me metí de nuevo a la ducha. Vino mi mamá y me ayudo a salir, me vestí, agarré un bolso y nos tomamos un taxi hasta la clínica. Lo único que pedía era que no me agarraba una contracción fuerte en el taxi. No lo iba a poder resistir en un espacio tan chico. El tachero pasó en rojo, igual en la calle no habia nadie. Llegamos, la partera esperando con su bolsita. Le dijo a Rodrigo "No llames todavía a tu trabajo, espera que la reviso y veo si se queda o no" (todavía pensaba que estaba exagerando?). Temía que me dijera "tenes 4 centímetros y ahí sí que me moría). Pero no, lo que escuché fue "En una hora vas a tener a tu hija" y después "bien por las Boullosa" (mi hermana también había dilatado rápido y casi todo en la casa). Yo le dije: "anestesia ya!". Pero bueno, todavía no estaba el anestesista y mi obstetra tenía que venir desde Floresta a Barrio Norte. Tuve que aguantarme y tal vez esa media hora hasta la peridural fue lo mas doloroso. El anestesista era un viejito con cara de dormido. Me la aplicó, "doblate como un bollito", no puedo, me tuvieron que agarrar entre dos. Quedé bastante drogada, entró Rodrigo y se asustó de verme así, con esas pupilas dilatadas y hablando lento. La partera me dijo: "Hay que bajarla, cuando sientas ganas de pujar hacelo y yo la voy a rotar con la mano, está un poco hacia el costado". Llegó la doctora y dijo: "Qué buenas contracciones!". Seguí pujando y el dolor se hacía cada vez más fuerte, sentía un ardor terrible en la vagina y una presión, una presión increible, la cabeza queriendo abrirse paso en toda esa estrechez. El viejito me agarraba de una mano, Rodrigo de la otra, después los soltaba y me agarraba las rodillas. A veces me equivocaba la fuerza, a veces la hacía en el lugar correcto y la doctora me decia "esa es la fuerza, como si estuvieras yendo al banio", empujé, empujé, "tres más y sale". Hice toda la fuerza que pude, me quedé sin aire, me puse colorada, lloré, grité "No puedo más, sacamela ya!!!!". "Vos la tenes que sacar" me dijo ella. "Uno más, uno más y sale, ya asoma la cabeza". "Levantate y mira como nace tu hija, mirala, mirala", me gritó. Una explosión de líquidos y todos gritando, recuerdo gritos y Rodrigo llorando. "Denmela" les dije y me la pusieron en el pecho. Me miró, nos miramos. 9:03. Renata llegó a este mundo.
La doctora me había dicho el día anterior después del tacto "está en el culo del mundo, el cuello está cerrado, tenes cero dilatación". Aunque hacía un mes tenía contracciones regularmente, ese martes los dolores eran de alguna manera más fuertes, más intensos. Un calambre a cada lado de la cintura, sobre la espalda, me obligaba a dejar lo que fuera que estaba haciendo y respirar tranquila para atenuar el dolor. A la noche, mientras preparaba unos bifes a la criolla, entre papa y papa que pelaba me sentaba en el sillón (parada me doblaba del dolor) y le pedía a Rodrigo que me hiciera unos masajes. Dejé la cena por la mitad y me fui a acostar sin cenar. Cada diez minutos los calambres volvían y yo lloraba y me masajeaba la cintura. Me tomé algun analgésico, lo vomité, perdí el tapón mucoso, sangré. A las 2 de la maniana decidí llamar a Mónica, la partera, que medio dormida me indicó que hacer: "Ponete el supositorio, tomate una buscapina y sentate en un banquito de plastico en la ducha con el agua pegandote en la espalda. Después acostate y contá cada cuanto vienen las contracciones". Lo hice, sola en el medio de la noche, rogandole a Dios que saliera todo bien y pidiendo que Renata naciera pronto (ya sabía que pesaba cuatro kilos y podía ser un parto difícil). Me acosté en la cama y entre las cuatro y las cinco conté las contracciones. Primero lo hice mentalmente pero entre una y otra me dormía y me olvidaba de a qué hora había sido la última. Decidí agarrar lápiz y papel: 4, 4:05, 4:10, 4:15....Sí, efectivamente eran regulares. En ese momento tenía mas ganas de dormir que dolor. Llamé de nuevo a Mónica y quedamos en encontrarnos a las 7 en la clínica (ella pensaba que estaba exagerando un poco y que todo se trataba de una falsa alarma, mi doctora le había dicho que el día anterior Renata estaba en el culo del mundo). Entre las 5 y las 6 caminé, caminé y caminé por el living. Como una endemoniada, me sentía con una energía increible, podría haber escalado una montania en ese momento. Cuando el dolor venía me agarraba del marmol de la estufa y me ponía en cuclillas hasta que éste se atenuaba y de vuelta a caminar. Llamé a mi mamá para que viniera a cuidar a Valentina y desperté a Rodrigo. Me metí de nuevo a la ducha. Vino mi mamá y me ayudo a salir, me vestí, agarré un bolso y nos tomamos un taxi hasta la clínica. Lo único que pedía era que no me agarraba una contracción fuerte en el taxi. No lo iba a poder resistir en un espacio tan chico. El tachero pasó en rojo, igual en la calle no habia nadie. Llegamos, la partera esperando con su bolsita. Le dijo a Rodrigo "No llames todavía a tu trabajo, espera que la reviso y veo si se queda o no" (todavía pensaba que estaba exagerando?). Temía que me dijera "tenes 4 centímetros y ahí sí que me moría). Pero no, lo que escuché fue "En una hora vas a tener a tu hija" y después "bien por las Boullosa" (mi hermana también había dilatado rápido y casi todo en la casa). Yo le dije: "anestesia ya!". Pero bueno, todavía no estaba el anestesista y mi obstetra tenía que venir desde Floresta a Barrio Norte. Tuve que aguantarme y tal vez esa media hora hasta la peridural fue lo mas doloroso. El anestesista era un viejito con cara de dormido. Me la aplicó, "doblate como un bollito", no puedo, me tuvieron que agarrar entre dos. Quedé bastante drogada, entró Rodrigo y se asustó de verme así, con esas pupilas dilatadas y hablando lento. La partera me dijo: "Hay que bajarla, cuando sientas ganas de pujar hacelo y yo la voy a rotar con la mano, está un poco hacia el costado". Llegó la doctora y dijo: "Qué buenas contracciones!". Seguí pujando y el dolor se hacía cada vez más fuerte, sentía un ardor terrible en la vagina y una presión, una presión increible, la cabeza queriendo abrirse paso en toda esa estrechez. El viejito me agarraba de una mano, Rodrigo de la otra, después los soltaba y me agarraba las rodillas. A veces me equivocaba la fuerza, a veces la hacía en el lugar correcto y la doctora me decia "esa es la fuerza, como si estuvieras yendo al banio", empujé, empujé, "tres más y sale". Hice toda la fuerza que pude, me quedé sin aire, me puse colorada, lloré, grité "No puedo más, sacamela ya!!!!". "Vos la tenes que sacar" me dijo ella. "Uno más, uno más y sale, ya asoma la cabeza". "Levantate y mira como nace tu hija, mirala, mirala", me gritó. Una explosión de líquidos y todos gritando, recuerdo gritos y Rodrigo llorando. "Denmela" les dije y me la pusieron en el pecho. Me miró, nos miramos. 9:03. Renata llegó a este mundo.